Por Agustina Espasandin*
Actualizamos el blog con esta reseña acerca de El regreso, la última novela que publicamos de la neerlandesa Esther Gerritsen.
Un hombre se deja caer del sofá y se arrastra en calzoncillos hasta la heladera. Tiene sed. En la mesa de la cocina, corrigiendo trabajos escolares está su esposa, que levanta la cabeza para mirarlo. Del piso de arriba llega el hijo mayor, de nueve años, justo para ver que a su padre, demasiado débil para sostener un cartón de jugo, se le han vencido las piernas y llora sobre un charco naranja.
Así comienza El regreso de la neerlandesa Esther Gerritsen (2022, Caballo negro editora), traducida por Micaela van Muylem. Todo en esta novela gira en torno a la muerte de Gerrit, un hombre que padeció una severa depresión que lo tuvo postrado durante diez años: El regreso es la historia de lo que queda después, lo que queda de su familia.
La viuda de Gerrit, regresa a casa con un alzheimer que avanza a pasos agigantados. Sus hijos, Max y Jenny, se nuclean rápidamente alrededor de ella: Jenny, la menor, trae con ella todas las preguntas que guarda acumuladas. Una bomba de tiempo acaba de activarse dentro de su madre y si quiere respuestas debe conseguirlas ahora. Tal es el punto de partida de la novela, cuya trama avanza a través de unas sutiles y atrapantes pinceladas policiales.
Ya lo dijo Casas en uno de sus poemas, “todo lo que se pudre forma una familia”. Pero también es sabido que algunas personas tienen más facilidad para sostener los roles que se han y le han sido asignados. Ese no es el caso de Jenny. Jenny es el personaje con el cual la autora se alía para entrar, por una fisura, a uno de los temas centrales de esta novela, el misterio de la solidificación de las dinámicas familiares a partir del silencio y los pactos tácitos. Y este es el gran obstáculo con el que ella y los lectores se encuentran mientras, a través de las páginas, se intenta llegar a la verdad. Las evasivas, los delirios de la madre, las medias respuestas, la reticencia a contar, las versiones que no coinciden, son capas y capas que atravesar. El gran virtuosismo de Gerritsen está en la construcción verdaderamente compleja, texturada y dimensional de la psicología de sus personajes. De todos esos personajes que orbitan alrededor de la muerte de ese padre y el efecto dominó que ese evento ha tenido sobre generaciones y generaciones. La piedra angular de la que Gerritsen se sirve para construir la interioridad de sus personajes está en la comprensión de que ningún sentimiento es pleno, total y uniforme.
Lo único engañoso en esta novela acaso sea el título. La idea más clara que cae por su propio peso a lo largo de la lectura, aún cuando la propia voz del padre aparezca dieciséis años después para opinar sobre las narrativas que sus familiares continúan haciendo sobre él, es la que asegura una y otra vez que ese fantasma siempre estuvo ahí. No hay ningún lugar al que volver. “De nada sirve escaparse de uno mismo”, dice un célebre tema de Moris. De nada sirve el bloqueo emocional con el que Max ha construido una forma de continuar adelante, de nada sirven los recortes ficticios e idílicos que Jenny decidió hacer de los cinco años que vivió con su padre. Como una piedra que rebota sobre una superficie que se muestra plana, la resonancia de evento continúa al mismo tiempo que la reconstrucción de los orígenes sigue erigiéndose como un pilar fundamental para construir la identidad propia.
Gerritsen en El regreso abre preguntas sobre el derecho a morir, sobre qué y quién determina que una vida sea digna de ser vivida, sobre la complejidad de una enfermedad psíquica que al mismo tiempo que es moneda corriente en nuestros tiempos resulta incomprensible para quienes no la padecen, sobre las consecuencias que dicha enfermedad tiene en los familiares más y menos cercanos. Escribió sobre esto logrando una narración orgánica a unos personajes que finalmente logran hablar y escucharse y que, pese a lo que emerge, entienden que los juicios morales no tienen lugar en su historia.
* Integrante del staff de la editorial, es Licenciada en Artes de la Escritura por la Universidad Nacional de las Artes y trabaja como guionista.