Hace ya bastante tiempo una amiga me mandó unos poemas que se habían publicado en internet. Era el primer poema de La casa de la niebla, de Elena Anníbali. El que empieza así: “Señor vos le diste a mi hermano un ford falcon rojo/ para llegar a la casa de la niebla/ y después qué”. Me impactó la voz que narraba esos poemas, la forma en que volvía a utilizar la pregunta que tantos poetas han utilizado, pero que Elena limpiaba –a la palabra, al significante– de contenido gastado y volvía a poner en circulación en el círculo no del lenguaje, sino en la cadena cromosomática de la poesía. Qué entusiasmo leer a una nueva poeta que no conocía. Me puse a buscar: conseguí dos libros más: tabaco mariposa y Curva de remanso. Leo todos sus libros como si fueran uno, es una voz sintáctica que va caminando, pensando en voz alta y hablando para adentro, para la mente. Una espléndida monotonía es su obra. Acabo de leer Cyborg: un poema mitad humano mitad electrónico. Siguen las preguntas, la repetición. Las grandes poetas como Anníbali, logran que uno después de cerrar el libro sea el canto que escuchó en sus páginas. Y logra enfrentar la vida cotidiana –a veces chirle, a veces épica– con el pecho inflamado por las pasiones alegres. De ahí la risa de Elena Anníbali que se puede escuchar entre sus versos hermosos.
Fabián Casas
esta puerta que en la noche/ alguien ha golpeado...
La escritura poética sobreviene, llama, nos desliza hacia el guadal: un territorio movedizo, errático; búsqueda a tientas que no arriba nunca a una tierra firme, donde el decir finalmente alcance. Poema tras poema Elena Anníbali nos permite habitar esa impermanencia, a veces próxima a un registro onírico, brindando al mismo tiempo imágenes cercanas y conmocionantes para los sentidos:
alguna tarde, esparciendo/ las diminutas semillas de achicoria salvaje en el cantero/ negro, de tierra negra, cerró/ los ojos un momento … sintiéndose atravesada/ por un radical y denso perfume a rosas…
El hilo que atraviesa este libro: cierto desdoblamiento de la poeta, bordeando un diálogo de cuerpo presente con sus ausencias, dándole voz, o voces, a búsquedas íntimas que también son, en cierto modo, colectivas. Y el protagonismo de los silencios, parecidos al reinante después de un derrumbe, en la montaña. Elena juega con los silencios, dentro de los poemas, y entre ellos, y los poemas parecen funcionar también como estampida, derrumbe.
O una avalancha –la lectura de estos poemas– que avanza transformándolo todo. El paisaje circundante y el interior.
Sol Narvaez
Elena Anníbali
100 p.
Isbn: 978-987-3612-74-9
Notas de prensa:
"¿Hay Dios, en el mundo, para un hombre solo?" - Camila Vázquez en La Marea noticias
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